domingo, 21 de octubre de 2012

LA EVOLUCIÓN DEL HOMBRE

Estimado Sr. Darwin:

El domingo pasado fue día de actividad indoor (como dirían los modernos, vamos, lo que en su época y la de mis padres era "hacer algo bajo techo"). Fuimos al museo de Ciencias Naturales de nuestra ciudad.

Recordaba este recinto algo distinto a como ahora se me ha presentado. Visité el lugar junto a mi esposo e hijos, tal como hiciesen mis padres conmigo y mi hermana, hace muchos años. En mi infancia recuerdo que me impresionó lo grande que era el elefante indio (no quiero pensar si hubiese visto al africano) y poco más.


En esta visita del siglo XXI lo que más me ha llamado la atención ha sido lo numerosas que son las referencias a su figura, Sr. Darwin. Es usted en el museo como la figura de Jesucristo en un templo católico. Curiosa similitud, ésta que se me acaba de ocurrir, teniendo en cuenta, que a estas alturas de la Humanidad, sólo puedes ser "evolucionista" o "creacionista", según sea uno seguidor de usted o de su enemigo. Le hablaré en otro momento de cómo el dualismo irreconciliable gobierna el mundo de hoy.

Alusiones a su teoría las hay por doquier. En el hombre, en los numerosos animales que pueblan impasibles la riada de visitantes domingueros... en fin, mucha evolución en el ambiente. También le hablaré de esto en cualquier otra ocasión, porque lo de evolucionar no lo tengo del todo claro. A veces creo que nos encontramos yendo hacia el origen.


En mi afán casi enfermizo por conocer el universo, el hombre y su historia, decidí hace unos años conducir mis lecturas por el camino cronológico. Leería libros diferentes ordenados por temáticas y calendarios. Tuve un año del origen (cuando leí su teoría), un año egipcio-sumerio-oriental, un año griego, y actualmente me encuentro en el romano.

Apasionante la evolución del hombre, por lo leído hasta el momento. Sé casi menos que cuando empecé... pero no cejo.

El caso es que, en mi ignorancia y humildad del año 2012, no puedo asegurar que estemos mejor que en las cavernas. Bueno, exagero, ahora dormimos calentitos y comemos de todo y en abundancia, al menos a este lado del planeta en el que afortunadamente habito.

Como ve, he puesto demasiados pensamientos en una sola entrada, que tendré que ir viendo paso a paso en otras misivas que le envíe. Lo único seguro es que cada vez tengo menos claro que sus teorías sean de verdad. Ilumíneme, señor (uy, disculpe, parece que hablase con el otro, con el Señor que se le antagoniza..., no volverá a suceder, qué torpeza la mía).

Se despide de usted, una ávida lectora despistada.

viernes, 12 de octubre de 2012

EMPECEMOS POR EL PRINCIPIO...

Estimado Sr. Darwin:

Hace tiempo descubrí, con estupor, que había una máxima que había crecido conmigo y que, de repente, se me reveló completamente equivocada. Se trata de la sentencia que dice "el hombre es un animal racional".

No hace falta mirar más allá de unos palmos contados a partir de mi nariz para darme cuenta de que el hombre es un animal, efectivamente, pero no lo creo en absoluto racional.

Puedo llegar a aceptar, siendo generosa, que es pensante (sólo algunos de la especie), pero de ahí a que sea capaz de utilizar el raciocinio, va un abismo.

Si fuesemos racionales no mataríamos a nuestros semejantes (ya no digo de nuestra misma sangre), porque a poco que pensásemos, nos daríamos cuenta de la barbaridad que eso supone. Pero no hay que ir tan lejos, casi cualquier acto cotidiano encierra en sí un sinsentido de la razón, o más bien una ausencia de la misma.

Ir a un centro comercial (suerte que en su época aún no se había inventado tal lugar de  uniformización cerebral) a gastarse el dinero que no se tiene en comprar una ropa (por ejemplo) que no se necesita, es una soberana estupidez, sin embargo, miles de personas lo hacen cada día festivo, aprovechando las horas de ocio. Anonadante, sin duda. Me resisto a creer que nadie esté estudiando a fondo este aspecto humano.

De toda esta reflexión, lo que más me afectó, cuando la hice por primera vez, fue que me di cuenta de que algo en lo que había creído desde tiempo propio inmemorial, resultaba ser falacia. Concienciarme de esto y pensar que cualquier otro axioma en los que se sustenta mi existencia puede también ser falso, fue todo uno. Y eso, Sr. Darwin, no es más que el derrumbamiento de mi propio ser.

A veces intento huir de mí, pero me resulta imposible.

Atentamente, se despide una lectora cavilante...