viernes, 12 de octubre de 2012

EMPECEMOS POR EL PRINCIPIO...

Estimado Sr. Darwin:

Hace tiempo descubrí, con estupor, que había una máxima que había crecido conmigo y que, de repente, se me reveló completamente equivocada. Se trata de la sentencia que dice "el hombre es un animal racional".

No hace falta mirar más allá de unos palmos contados a partir de mi nariz para darme cuenta de que el hombre es un animal, efectivamente, pero no lo creo en absoluto racional.

Puedo llegar a aceptar, siendo generosa, que es pensante (sólo algunos de la especie), pero de ahí a que sea capaz de utilizar el raciocinio, va un abismo.

Si fuesemos racionales no mataríamos a nuestros semejantes (ya no digo de nuestra misma sangre), porque a poco que pensásemos, nos daríamos cuenta de la barbaridad que eso supone. Pero no hay que ir tan lejos, casi cualquier acto cotidiano encierra en sí un sinsentido de la razón, o más bien una ausencia de la misma.

Ir a un centro comercial (suerte que en su época aún no se había inventado tal lugar de  uniformización cerebral) a gastarse el dinero que no se tiene en comprar una ropa (por ejemplo) que no se necesita, es una soberana estupidez, sin embargo, miles de personas lo hacen cada día festivo, aprovechando las horas de ocio. Anonadante, sin duda. Me resisto a creer que nadie esté estudiando a fondo este aspecto humano.

De toda esta reflexión, lo que más me afectó, cuando la hice por primera vez, fue que me di cuenta de que algo en lo que había creído desde tiempo propio inmemorial, resultaba ser falacia. Concienciarme de esto y pensar que cualquier otro axioma en los que se sustenta mi existencia puede también ser falso, fue todo uno. Y eso, Sr. Darwin, no es más que el derrumbamiento de mi propio ser.

A veces intento huir de mí, pero me resulta imposible.

Atentamente, se despide una lectora cavilante...

No hay comentarios:

Publicar un comentario